viernes, 6 de diciembre de 2013

Un año de tu ausencia


Por Roberto Pichardo

*La Voz del Huracán celebra su primer aniversario como columna formal el día de hoy. De todo corazón agradezco a todos los lectores que me han seguido semana a semana. Seguiremos creciendo por ustedes.*


Mi felicidad se la llevó tu adiós. Las fotografías y videos cuentan historias, historias que tú escribiste a base de esfuerzo, pasión y determinación. En diez años construiste el peldaño más grande; cavaste hasta donde ningún Tuzo había llegado, a lo más recóndito de los corazones de cada uno de los que, semana a semana, te alentaban a ti: el eterno capitán. Extrajiste el oro, el éxito y la gloria y la ofreciste a cada una de las personas a las que hacías vibrar con tus saltos, volteretas y vuelos espectaculares. Eras único.

Hoy hace un año que te has ido de este mundo enloquecido hacia la paz celestial con la que todo hombre sueña. Pero he de decirlo, no esperaba tu partir. Me tomó tan desprevenido como seguramente a ti te ocurrió. Derramé lágrimas sobre mi camisa color vino, de codos acolchonados y con el número uno en la espalda. No pude con tu adiós tan repentino.

Y sin embargo levanté la mirada y supe que tu partida, tu vuelo sin regreso, era el comienzo de una nueva historia. Sabía la historia que le contaría a mis hijos y a los hijos de éstos. Hablaría sobre aquél héroe con gorra que aterrizó en la Bella Airosa a inicios del nuevo milenio para convertirse en uno de los personajes más importantes en la historia de la ciudad y del estado. Les contaría cómo rescataste el empate de último momento con un testarazo certero, pese a que tu vieja “cachucha” nunca abandonó tu cabeza. Les diría que tu coraje y determinación derrotaron a Landon Donovan, el tirano estadounidense, en un tiro desde los once pasos. Platicaría cómo conquistaste el continente americano, tanto en el norte como en el sur, vistiendo los colores del equipo que hoy te rinde tributo.

Sudaste hasta la última gota en cada partido, en tantos años de éxito, que tu retiro de las canchas parecía inminente, y lo fue. Y ahí me tienes, gritando tu nombre en el último partido de tu carrera donde miraste hacia arriba y dijiste “gracias”. Un par de vuelos sobresalientes, como nos tenías acostumbrados, y no hubo para más. Silbatazo final y Miguel Calero, ya sin gorra, se quitó los guantes, la camisa, los botines, ¡hasta los pantaloncillos! Y los ofreció a la gente que siempre estuvo detrás de él. “…ya llegó Miguel Calero, llegó a Pachuca para ser campeón”. 

Y así, en medio de sollozos, gritaría con augurio y fervor: “¡vuela alto Cóndor, vuela alto!”. Porque fuiste, eres y serás parte de mi historia de vida. Desde pequeño te vi salvar el día cual titán que resguardaba la portería de un equipo que soñaba con la gloria y que, de tu mano, la consiguió. Estabas en la cima del mundo, como todo un gigante.

Ahora que conmemoramos un aniversario de tu graduación de la vida, te recordamos y te extrañamos, pues has dejado un hueco que nadie nunca podrá llenar. Nadie jamás usará el dorsal número uno, todos los hicieron a tu medida, ideales para el que ahora resguarda la meta en el inframundo, tan solo mientras espera para nacer nuevamente, volver a llamarse Miguel Calero y defender, “a huevo”, los colores de Pachuca.

¡Gracias, Calero!


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