Por Roberto Pichardo
*La Voz del Huracán celebra su
primer aniversario como columna formal el día de hoy. De todo corazón agradezco
a todos los lectores que me han seguido semana a semana. Seguiremos creciendo
por ustedes.*
Mi felicidad se la llevó tu
adiós. Las fotografías y videos cuentan historias, historias que tú escribiste
a base de esfuerzo, pasión y determinación. En diez años construiste el peldaño
más grande; cavaste hasta donde ningún Tuzo había llegado, a lo más recóndito
de los corazones de cada uno de los que, semana a semana, te alentaban a ti: el
eterno capitán. Extrajiste el oro, el éxito y la gloria y la ofreciste a cada
una de las personas a las que hacías vibrar con tus saltos, volteretas y vuelos
espectaculares. Eras único.
Hoy hace un año que te has ido de
este mundo enloquecido hacia la paz celestial con la que todo hombre sueña.
Pero he de decirlo, no esperaba tu partir. Me tomó tan desprevenido como
seguramente a ti te ocurrió. Derramé lágrimas sobre mi camisa color vino, de
codos acolchonados y con el número uno en la espalda. No pude con tu adiós tan
repentino.
Y sin embargo levanté la mirada y
supe que tu partida, tu vuelo sin regreso, era el comienzo de una nueva
historia. Sabía la historia que le contaría a mis hijos y a los hijos de éstos.
Hablaría sobre aquél héroe con gorra que aterrizó en la Bella Airosa a inicios
del nuevo milenio para convertirse en uno de los personajes más importantes en
la historia de la ciudad y del estado. Les contaría cómo rescataste el empate
de último momento con un testarazo certero, pese a que tu vieja “cachucha”
nunca abandonó tu cabeza. Les diría que tu coraje y determinación derrotaron a
Landon Donovan, el tirano estadounidense, en un tiro desde los once pasos.
Platicaría cómo conquistaste el continente americano, tanto en el norte como en
el sur, vistiendo los colores del equipo que hoy te rinde tributo.
Sudaste hasta la última gota en
cada partido, en tantos años de éxito, que tu retiro de las canchas parecía
inminente, y lo fue. Y ahí me tienes, gritando tu nombre en el último partido
de tu carrera donde miraste hacia arriba y dijiste “gracias”. Un par de vuelos
sobresalientes, como nos tenías acostumbrados, y no hubo para más. Silbatazo
final y Miguel Calero, ya sin gorra, se quitó los guantes, la camisa, los
botines, ¡hasta los pantaloncillos! Y los ofreció a la gente que siempre estuvo
detrás de él. “…ya llegó Miguel Calero, llegó a Pachuca para ser campeón”.
Y así, en medio de sollozos,
gritaría con augurio y fervor: “¡vuela alto Cóndor, vuela alto!”. Porque
fuiste, eres y serás parte de mi historia de vida. Desde pequeño te vi salvar
el día cual titán que resguardaba la portería de un equipo que soñaba con la
gloria y que, de tu mano, la consiguió. Estabas en la cima del mundo, como todo
un gigante.
Ahora que conmemoramos un
aniversario de tu graduación de la vida, te recordamos y te extrañamos, pues
has dejado un hueco que nadie nunca podrá llenar. Nadie jamás usará el dorsal
número uno, todos los hicieron a tu medida, ideales para el que ahora resguarda
la meta en el inframundo, tan solo mientras espera para nacer nuevamente,
volver a llamarse Miguel Calero y defender, “a huevo”, los colores de Pachuca.
¡Gracias, Calero!
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